El sabor del té – Katsuhito Ishii

La absurda belleza de cada día

No ha existido una sola época en la que el cine costumbrista no estuviese presente en las carteleras. No es el más taquillero, pero siempre lucha por un espacio. Dentro de este subgénero no hay cine con mayor tradición que el cine costumbrista japonés. Ahora, repasemos lo dicho anteriormente cambiando “costumbrista” por “surrealista”, encajaría, aunque el surrealismo esté menos extendido y el cine surrealista en Japón suela caminar más cercano al término “delirante”. El sabor del té es una película que mezcla ambos géneros, y es lo que la hace absolutamente única.

Desde cierta perspectiva, esa mezcla de costumbrismo y surrealismo delirante no debería parecer algo rompedor, llevamos ya un tiempo conviviendo con eso que llaman “realismo mágico”, claro que en el realismo mágico el surrealismo suele estar lleno de sutilezas, de elegancia, y si bien El sabor del té es una película que rebosa elegancia, no es demasiado sutil a la hora de introducir imágenes que vienen de los sueños, de una realidad muy deformada o de las conversaciones más animadas que comienzan con un “no te vas a creer lo que me ha pasado”, algo que, por cierto, está hecho a propósito.

El sabor del té no deja de conversar a través de esa poesía calmada del cine del maestro Yasukiro Ozu, la película nos guía por las vivencias de una familia en pequeños momentos cotidianos. Y no es casualidad la mención a Ozu, el propio título ya referencia una película del genio del cine costumbrista japonés: El sabor del sake (1962). Esto hace que la película de Katsuhito Ishii adopte el tempo habitual en este tipo de cine, es paciente, pero nunca está quieto. Siempre hay un detalle, una historia o un personaje nuevo que sufrirá como un secundario para más tarde poseer una trama propia.

La montaña

El sabor del té tiene una estructura libre, extraña, se siente como un cine que descubre cosas nuevas, formas de contar pocas veces vistas antes. También lo hace en su tono, y es que nunca se aleja demasiado del drama, pero tampoco deja nunca de irradiar comedia. El humor, absurdo a veces, entrañable otras, funciona como si fuese delicado cuando en muchas ocasiones no lo es, y es el talento de Ishii el que ajusta estos elementos que no deberían encajar.

La fotografía captura momentos de realidad repletos de belleza. Ya sea en la amplia extensión de un entorno natural o en la perfección absoluta de la dirección de arte a la hora de colocar cada plato (o cada taza de té) en una mesa baja.

No deja de ser una película sensible, donde es fácil identificarse con uno, dos, tres o todos y cada uno de los personajes que salen en pantalla. Y es que la película va narrando las pequeñas historias de los miembros de esta familia en secuencias del día a día que van desde lo divertido hasta lo doloroso. De ese primer amor, nervioso, ilusionante, a ese que ya nunca se recuperará. De ese empleo soñado a esa pequeña tarea física, absurda, que nos gustaría completar y no somos capaces de hacer. El espectro de tramas, de sensaciones, que es capaz de ceder El sabor del té es superior a la media, y es una de las razones por las que se convierte en una película extraordinaria; no solo por lo que cuenta, sino por lo que transmite.

Conclusión

Es una película lenta, sí, como el vapor que asciende por encima de una taza té. Debemos esperar antes de beber para no abrasar nuestros labios; y esta espera no hace el sabor menos especial, sino que incrementa el placer de esta bebida. Así es El sabor del té, como el proceso creativo de componer una canción o realizar un dibujo, como la espera antes de colocar una ficha de Go en el tablero. Algo calmada, al mismo tiempo divertida, al mismo tiempo misteriosa, pero siempre única y creativa.

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